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4. José Leandro Andrade, un grande.
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Mar, 14 de Dic, 2010 10:16 pm
Miguel Abalos
Me atrevería decir que muchos periodistas deportivos -de esta generación de jóvenes- posiblemente desconozcan algunos detalles de la figura enorme que fue José Leandro Andrade, sin duda uno de los más brillantes de su época.
Jugadores como él nos hicieron conocer en Europa como país independiente, entendiendo que no éramos parte de Argentina o Paraguay.
Nació en Salto, el 1ro. de octubre de 1901. Por su amor al carnaval vino a Montevideo a vivir con una tía en el barrio Palermo. Practicó en Peñarol siendo casi un adolescente y después jugó en la divisional de ascenso de Misiones, donde logró popularidad y simpatías por su juego tan particular que fusionaba quites y amagues de cuerpo, con un toque casi candombero.
José Nasazzi lo invitó a jugar con él en Bella Vista, donde Andrade se desempeñó como entreala derecho -hoy volante armador- armando y dribleando de manera estupenda. Después pasó al puesto de lateral, y también fue brillante.
Jugaba al fútbol y se ganaba la vida vendiendo diarios en la vieja Estación Pocitos, en la ochava de Rivera y Soca, donde hoy está el edificio Banco Comercial.
Andrade era negro como el carbón, alto, de andar elegante, y hablaba con un dejo de arrogancia, como desafiando su humilde cuna.
Previo pasaje del equipo por España -donde se consagró como un futbolista deslumbrante- Andrade se encontró viajando rumbo a Francia, donde jugaría en las Olimpíadas del año 24 para la selección de Uruguay.
España lo descubrió y Francia le dio trascendencia mundial. En Colombes -por su juego fino y elegante- lo apodaron "la maravilla negra". Dicen los periodistas de la época que asombró a todos los que lo vieron jugar. Parecía tener un imán en sus pies para atraer la pelota. Además, era la primera vez que los franceses veían un jugador de fútbol negro.
Su figura fue adquiriendo resonancia en cada partido. Tan exquisita destreza en los pies no era sólo para el deporte, también bailaba el tango… y como pocos. En París cambió su desgastada gorra por un "chambergo" que le hacía sombra a sus renegridos ojos vivaces y atrevidos, y sus privilegiados pies dejaron las alpargatas para vestirse con unas botitas de charol que les daban jerarquía.
Fue la locura de las rubias francesitas, que se lo diputaban como algo extraño y misterioso que puede traer suerte o temor, tal vez un raro sensualismo, y ¿por qué no?, algo de salvaje.
Un día desapareció de la concentración, creando la preocupación de jugadores y dirigentes. Uno de sus compañeros de equipo y amigo, el "Loco" Romano -que sabía dónde encontrarlo- se ofreció para salir en su búsqueda. Tenía una dirección que el mismo José Leandro le había dado.
Cuando llegó al lugar, le pareció insólito que estuviera en uno de esos hermosos apartamentos, pensó que se había equivocado, pero no obstante decidió averiguar. Y su sorpresa fue mayor cuando lo atendió una doncella, que al preguntarle por José Leandro Andrade, muy sonriente contestó: "Oh, oui, monsieur Andrade" y tras de ella apareció José, vistiendo un kimono de seda que le daría envidia al más bacán.
En la habitación había dos hermosas jóvenes vestidas con ropas livianas, y se respiraba el aroma de exquisitos perfumes.
En un par de días se había escapado de ese dulce encierro… que de alguna forma lo asfixiaba. Estaba acostumbrado a respirar libertad, por más seductora y hermosa que fuera la "celda" que le brindaban las francesas.
Regresó a Montevideo como un triunfador, elogiado por la prensa internacional como uno de los mejores jugadores del certamen. Se había convertido en un hombre de la noche, siempre vestido elegantemente, y daban que hablar sus aventuras amorosas en aquel Montevideo de los años 20. También estaba rodeado de los adulones que se arriman a los ganadores. Compañero inseparable de su tamboril, vivía el Carnaval con intensidad y deleite.
Ganó su segunda medalla olímpica y también fue muy destacado por todos los periodistas deportivos del mundo.
En el mundial del año 30 -jugado en Montevideo- nuevamente Andrade mostró una alta y pulida técnica que hizo las delicias de los espectadores. En 1932 -instaurado el profesionalismo en el fútbol- fue campeón uruguayo con Peñarol, joven todavía pero con el físico muy deteriorado por su forma de vida tan apresurada. Ya no era el Andrade para el mejor recuerdo, aunque su figura colosal siguió siendo una evocación, maravillosa mezcla de historias y leyenda. Al final de su carrera futbolística, jugó en Atlanta y Talleres de Argentina, y finalmente en Montevideo Wanderers.
Con el correr del tiempo -como siempre inexorable- Andrade perdió su esplendor y su fama. Sus amigos de la época de triunfos se habían borrado. Volvió al barrio, más pobre que nunca, y tampoco ahí encontró una mano tendida. Ya no tenía más que su orgullo de hombre altivo que se rebela contra la adversidad de este mundo frío, calculador e interesado, donde la gente sólo se arrima al que está en lo alto.
Ni los triunfos ni las derrotas lo conmovieron. Introvertido, vivió para adentro lo bueno y lo malo. Algunos carnavales lo vieron en su agrupación favorita con el tambor cruzado al pecho, los ojos semicerrados en un profundo éxtasis y el oído dormido sobre el canto armonioso y sublime de las lonjas.
Y así, indiferente a todo, se precipitó a un trágico final. En la total indigencia, Andrade fue a parar a un hospital de enfermos pulmonares. Algunos que decían ser amigos intentaron organizar festivales para ayudarlo, pero la idea nunca se llevó a cabo. José Leandro ya no le importaba a nadie.
Lo dramático de esta historia de vida tan original, es que salió de una esquina cualquiera, donde vivía miserablemente, para llegar hasta los más lujosos salones de baile de París. Fue admirado y diputado por hermosas parisinas, como una ráfaga de pasión sensual.
Muchas páginas de la prensa internacional se ocuparon por varios años de elogiar sus enormes virtudes como uno de los futbolistas mejores del mundo.
Y el destino lo devolvió a su lugar de origen más solo y más pobre que antes, yo diría como un poema de arrabal, como la letra de uno de esos tangos que bailó tan bien en su apogeo.
Murió el 3 de octubre de 1954 con cincuenta y tres años recién cumplidos, en la total soledad de un hospital, acompañado únicamente por sus recuerdos en el camino final hacia el mundo del silencio.
Miguel Abalos
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5. Lindo tiempo aquel, ¡canejo...!
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Mar, 14 de Dic, 2010 10:16 pm
Lindo tiempo aquel, ¡canejo...!
por Miguel Abalos
Contaba Dalton Rosas Riolfo ―legendario personaje del Carnaval, el folklore, y primer presidente de la Mutual― que en la huelga de jugadores de 1948, llegó hasta esa casa don Ignacio Parpal, gerente de la Fábrica Nacional de Cerveza.
Expresó que deseaba proponerle a Obdulio Jacinto Varela publicar una foto suya en el almanaque de ese año, con la frase: "Yo tomo cerveza Doble Uruguaya", por lo que le pagaría tres millones de pesos. Cuando llegó Obdulio le contaron...
¡Para qué...! Se puso furioso y le reprochó a todos que no hubieran echado a Parpal a patadas...
Pero decía Dalton que la vida ofrece revanchas, y el destino le permitió hacer una travesura, aprovechando la llegada de tres gentiles damas a la sede de la Mutual. Representaban a la Comisión de Ayuda al Niño del Campo. Iban a pedir ―ya que no había campeonato por el conflicto― , que los jugadores organizaran un partido de fútbol a beneficio de esa obra social.
El momento no era oportuno. Por la larga y dificultosa huelga llevaban cuatro meses sin cobrar. Pero había una posibilidad, y las mandó a hablar con Obdulio. Si ellas conseguían que aceptara la propuesta de la Cervecería, los tres millones ofrecidos serían para los niños campesinos.
Las damas fueron a verlo, le plantearon el problema y la respuesta de Obdulio fue inmediata: "¿Dónde tengo que firmar?". La presidenta ―Sra. Demichelli 8213; intermedió con Ignacio Parpal explicándole que Obdulio aceptaría, si la empresa donaba una cifra más adecuada a las circunstancias: cinco millones de pesos. Ese año, el almanaque de la Cervecería mostró una foto enorme de Obdulio tomando el chopp de la marca y el dinero se volcó íntegro a la obra de beneficencia.
En otra oportunidad, Peñarol había firmado un contrato con una empresa para colocar su nombre en el frente de las camisetas. Obdulio no quiso saber de nada. "Se acabó el tiempo en que a los negritos les ponían una argolla en la nariz" ―dijo& #8213; y no hubo forma de convencerlo. "Ustedes me contrataron para jugar al fútbol; si quieren un hombre para llevar carteles, llamen a Fosforito". Al domingo siguiente, fue el único que salió a la cancha sin la propaganda de aquella empresa en la camiseta.
El gran Obdulio sentía mucho cariño por los chicos. Detrás de ese recio y aguerrido jugador había un hombre muy sensible; sin duda por la humilde niñez que tuvo. Un día llegó a su casa la carta de un niño de los suburbios salteños, que le decía que quería conocerlo. Al poco tiempo, Obdulio viajó a Salto y se presentó en el indigente ranchito con una pelota autografiada. Al entregársela, se emocionó hasta las lágrimas viendo la alegría de aquel chiquilín en medio de tanta pobreza.
Tal vez algunos recuerden al noble y generoso traumatólogo Dr. Caritat y su Obra para los Niños Lisiados. Le pidió ayuda a Obdulio, quien convocó a los jugadores que quisieran colaborar y organizó un partido con la selección de Brasil del 50. Se hizo en 1963 en el estadio Centenario y asistieron más de 40.000 personas, que era la capacidad total de las instalaciones en esa época.
Tanto la recaudación como el espectáculo fueron todo un éxito, que motivó a esos mismos jugadores a realizar más partidos por el interior de la República recaudando fondos para la Obra del Dr. Caritat.
En esa gira ―estando en un restorán― un dirigente quiso invitar a los jugadores con whisky, bebida muy cara para aquellos años. Obdulio aceptó la gentileza en nombre de todos pero aclaró: "Usted paga el whisky, nosotros tomamos café, y volcamos la diferencia para la cruzada del Dr. Caritat".
Era tiempo de jugadores de garra y corazón, que no hicieron plata para ellos pero repartieron mucha con los necesitados. Y en la cancha... nunca pasaron vergüenza.
"Lindo tiempo aquél, ¡canejo! en que todavía me amabas..." canta Gardel... y hoy lo acompañan a coro las camisetas, la pelota y el fútbol todo.
Miguel Abalos
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6. Carnaval del Uruguay
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Mar, 14 de Dic, 2010 10:16 pm
Miguel Abalos
Es común que personas que han vivido muchos años, digan que tiempos pasados fueron mejores. Yo creo que –fundamentalmente– en ese pasado éramos jóvenes, y eso hacía que miráramos la vida con más optimismo, más alegría y casi con irresponsabilidad. Por lo tanto, llego a la conclusión que todos los tiempos son lindos, y en especial los de la juventud, porque nuestros mejores recuerdos parten desde esa etapa.
Viví mis primeros Carnavales por la década del 40. Es importante señalar una vez más –aunque sea reiterativo– que el Uruguay y todos los países de la región, vivían una situación económica brillante, consecuencia total y absoluta de la guerra en Europa.
Uruguay era un país de diversión todo el año, pero cuando llegaba el Carnaval era un mes de fiesta contínua. El teatro Solís y el Artigas (estaba en Andes y Colonia, esquina Sureste) dejaban sus espectáculos de teatro para convertirse en hermosas salas de baile.
En el Hotel Casino del Parque Rodó, en el Hotel Carrasco, y en cientos de clubes dispersos por todos los barrios, se bailaba con las mejores orquestas típicas del Río de la Plata. Excelentes conjuntos de Jazz, también llegaban a nuestro país para participar del Carnaval montevideano. Distinto al de Brasil, pero hermoso.
Tuvimos el privilegio de que por muchos años, participara en esta fiesta el famoso y brillante conjunto Los Lecuona Cuban Boys, que por aquel entonces era el mejor en su género a nivel mundial. Esta orquesta espectáculo le daba a nuestro Carnaval un toque distinto de esplendorosa factura musical. Sus coloridas rumbas, Rumba Azul, Rumba Negra... Y de pronto, como si fuera un huracán implacable que irrumpía del trópico, explotaba la conga y era el delirio, la chispa que encendía a la juventud: "La conga de Jaruco viene asomando..."
Y luego el éxtasis, la pegadiza conga que compusieron en homenaje a nuestro país en 1942: Carnaval del Uruguay. Ya nadie se quedaba mirando, todos a bailar, o formar cadenas para cruzar el salón sin dejar títere con cabeza. Y por unos minutos, el olvido del molesto lumbago por parte de los más veteranos.
La alegría estallaba y contagiaba a los más tímidos, valorizada por la rica inspiración de Armando Oréfice –director de los Lecuona– y la excelente voz del Chiquito Alvarado, que era uruguayo y de La Unión. Orquesta y público cantaban las estrofas de Carnaval del Uruguay: "Me voy mi negra con mi alegre conga..." Aquel público se deleitaba bailando a su compàs... y el actual sigue disfrutándolo en las permanentes evocaciones que le dedican los conjuntos carnavaleros de hoy.
El prestigio del Carnaval montevideano en toda América, se asentó en varios pivotes fundamentales: troupes, murgas, parodistas, conjuntos lubolos, y los corsos en los distintos barrios, siempre con los hermosos coloridos de disfraces, papelitos de colores y serpentinas.
Uno de los destaques fue sin duda el tablado, que permitía que la risa y la música alegraran la vida tranquila y monótona de nuestras barriadas. Según cuenta la historia, a fines del siglo XIX, en Dieciocho de Julio y Sierra (hoy Fernández Crespo), se construyó el primero. En el correr de los años, el éxito de la iniciativa tuvo tales proyecciones que en 1930 figuraban inscriptos en la Comisión de Fiestas alrededor de 400 tablados.
En los comienzos se trataba de construcciones modestas: un piso que descansaba sobre una docena de bidones o tanques, una baranda de madera y algunos chirimbolos carnavalescos que lo distinguían como tal. Pero el asunto fue tomando vuelo a medida que los años pasaban. La rivalidad de las barriadas para presentar cada vez un tablado mejor, estimulaba a los vecinos y aquellos primeros tablones de madera se fueron transformando poco a poco en obras de alto valor artístico algunas, y otras en verdaderos aciertos de humor.
Para ese entonces la Comisión de Fiestas decidió establecer premios para incentivar la iniciativa popular. Y fue así como surgió el entusiasmo de la gente de los barrios para colaborar con dinero y trabajo, que la Prensa difundió y elogió.
Se cuenta que a principios del siglo pasado en Garibaldi y Gral. Flores se reunió el vecindario en asamblea y decidió levantar un tablado. Pero se presentó un difícil problema a resolver, porque por allí pasaba una línea de tranvía de caballos; por lo tanto, la empresa de transporte opuso tenaz resistencia.
Los vecinos insistían, pero la empresa no cedía. En esa discusión los días iban pasando y había que construir el tablado antes del comienzo del Carnaval. De pronto, un ingenioso vecino encontró una solución salomónica: construir el tablado tendiendo un puente de vereda a vereda, para que por debajo pudiera pasar el tranvía sin dificultades y sin riesgos. Sin duda fue una idea original y que la gente bautizó con el nombre de "Puente de los Suspiros", que se convirtió en la atracción máxima de aquel Carnaval.
Muchos años después, en otro Carnaval famoso –porque pasó prácticamente bajo agua– en San Fructuoso y Gral. Flores, con mucho trabajo y entusiasmo, los vecinos habían levantado un hermoso tablado que era el orgullo de la zona. El mismo día del comienzo del Carnaval, un terrible temporal azotó la ciudad. Al cuarto día había provocado inundaciones y destrozos. A la mañana del quinto día, cuando cesó un poco el aguacero, la sorpresa de los vecinos no tenía límite: ¡el tablado había desaparecido!
Se resistían a creer que lo hubieran robado, aunque comentaban que la audacia de los ladrones no tenía límite; pero eso de robarse un tablado, ya batía todos los récords conocidos de la delincuencia criolla. Pero pronto todo quedó claro. A cuatro cuadras de su construcción original, en San Fructuoso y San Martín, apareció el tablado con algunos deterioros, pero todavía en condiciones de ser reconstruido. Lo había arrastrado el agua. Un camión lo trajo a su esquina y un pícaro ingenioso le puso un ancla, por si la lluvia seguía.
A principios de los 40', al llegar el Carnaval, recorría los tablados con los gurises de mi barrio, en la zona de Larrañaga y Rivera. Al que más íbamos era al que estaba frente al Puertito del Buceo. En ese lugar había una casa de las que los veteranos de aquellos tiempos llamaban "rancho", que comúnmente eran usadas los fines de semana y en el verano. Los dueños eran Víctor Soliño, Ramón Collazo, Pintín Castellanos y otros. Frente mismo a la casa, para el Carnaval, hacían construir un tablado donde ellos también actuaban.
Ese año tenían como invitado muy especial al gran cómico argentino Pepe Arias, que había llegado a pasar unos días. Él también quiso participar del grupo de comediantes con el solo fin de divertirse. El número principal anunciado por el grupo, era la imitación a Pepe Arias... que nadie podía suponer que estaba a cargo de él mismo. Cuando subió al escenario y comenzó, el público, que era mucho, escuchaba y se reía de cómo representaba los populares monólogos tan a la perfección. Pero los comentarios eran diversos. Los más generosos aceptaban que estaba bastante bien, pero que de ahí al verdadero Pepe Arias, había un abismo. Y otros aceptaban que en algunos pasajes, se le parecía bastante. Aun sin que nadie reconociera en el imitador al personaje original, lo aplaudieron a rabiar.
Hoy, a tantos años de esos hechos nos preguntamos hasta qué límites de lo absurdo puede llegar el afán crítico de los humanos... Y en cuanto al espectador uruguayo de toda expresión artística, siempre tuvimos fama de excesivamente exigentes y para los artistas... fuimos un público temible. Creo que actualmente hemos entrado –en ese sentido y en tantos otros– en la etapa de la aceptación y la tolerancia.. . como si todo el año fuera Carnaval...
Miguel Abalos
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7. El ultimo caudillo
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Mar, 14 de Dic, 2010 10:16 pm
A fines del siglo XIX, los ingleses -junto a los ferrocarriles- trajeron el fútbol a estas latitudes. Allá por el barrio Peñarol, los muchachos humildes salían de sus ranchos y miraban con asombro cómo esos rubios y robustos hombres le pegaban a una pelota de cuero, entre gritos y alocadas carreras.
Poco tiempo llevó para que todos los jóvenes uruguayos comprendieran el secreto de ese deporte y en el correr de los años se convirtieran en hábiles dominadores de pelota, aportando además mucha picardía en su manejo. Así asombraron al mundo futbolístico siendo campeones olímpicos en los años 24 y 28. Hasta ese momento Uruguay era un país casi desconocido para muchos, y algunos creían que formaba parte de Argentina.
A raíz de esos triunfos la FIFA eligió a Uruguay como sede para el primer Campeonato Mundial de Fútbol. Una vez más el equipo uruguayo se alzó con la copa, mostrando al mundo que era el mejor y que las Olimpíadas del 24 y 28 no habían sido algo fortuito, sino una supremacía indiscutible.
En los dos Mundiales siguientes, el 34 en Italia y el 38 en Francia, Uruguay no participó -al igual que muchos países de América del Sur- porque Europa estaba convulsionada y era eminente un segunda guerra mundial.
Cinco años después de terminados los conflictos bélicos, Brasil fue nominado por la FIFA como sede para el IV Campeonato. Para tal ocasión los brasileños construyeron el estadio de fútbol más grande del mundo con capacidad para casi 200.000 personas. Los jugadores del 24, el 28 y el 30 -que habían demostrado sus brillantes condiciones acaudillados por el formidable José Nasazzi- ya no estaban en las canchas. Eso se había convertido en un hermoso recuerdo.
La generación del 50 era otra, que debía revalidar aquellos triunfos y consolidar la supremacía de sus predecesores. Para muchos compatriotas parecía casi un imposible, posiblemente lo mismo se creyó cuando cruzaron el Atlántico en barco para las Olimpíadas del 24. Pero una vez más el mundo escuchaba -casi sin poder creer- que once jugadores de fútbol de un país llamado Uruguay volvían a ser campeones del mundo.
El nombre de su capitán y caudillo -junto al de todos sus compañeros de equipo- pasó a ser parte de una hazaña memorable. Para todas las generaciones de amantes al fútbol de este país, el 16 de julio de 1950 ha quedado como una fecha muy difícil de olvidar, por el entorno que tuvo esa victoria.
Hoy quiero intentar un bosquejo de la figura sin duda más gravitante, no sólo como jugador. Quiero hablar del hombre, templado desde muy chico en la adversidad de la vida que le tocó en suerte. El que supo poner sobre una cancha de fútbol su filosofía callejera muy bien aplicada, que fue una enorme ayuda sicológica para todos sus compañeros. Obdulio Jacinto Varela, con casi treinta y tres años a cuestas y un trajinar por las canchas de casi veinte años, fue el pilar fundamental. Sé que no estoy contando nada nuevo, ya que cuatro generaciones de este país han escuchado comentarios sobre su trayectoria futbolística.
Había nacido el 20 de setiembre de 1917 en el barrio La Teja, que siempre fue de gente muy humilde, y en aquellos tiempos mucho más. Perteneciente a una familia pobre y con muchos hijos, fue a la escuela hasta tercer grado y después dejó. Había que salir a la calle a trabajar para ayudar a sus padres y hermanos. Vendió diarios en Paso Molino y después en el Centro, en 18 de Julio y Yaguarón, cuando tenía apenas diez años. Una vez le escuché decir que la calle le enseñó casi todo: lo bueno, lo malo, lo feo y lo lindo… y se podía agarrar para cualquier lado. Se podía elegir el camino fácil y terminar mal, o el camino sacrificado pero más seguro.
En ese entonces la gente era más sana. Los más veteranos le fueron enseñando cosas que mucho le sirvieron para sobrevivir en ese medio.
Comenzó a jugar al fútbol en el Club La Fortaleza, en Nueva Palmira y Juan Paullier. Ya desde adolescente se perfilaba como líder. Le gustaba ordenar a sus compañeros en la cancha y éstos obedecían. Tal vez su gran admiración por el campeón olímpico y mundial Lorenzo Fernández le había acrecentado esa condición.
Después pasó al Dublín, donde jugó poco tiempo, ya que su hermano mayor lo llevó al Pascual Somma. Todos estos equipos integraban las Ligas de Barrio, por lo tanto no estaban afiliadas a la Asociacion Uruguaya de Fútbol, eran totalmente independientes. Eran todos cuadros fuertes y con hábiles jugadores, y muchos equipos de Primera División se nutrían de esos valores.
Las canchas eran muchas en aquellos tiempos. En cada barrio había más de una. Eran abiertas y no tenían alambrados ni vigilancia policial. Las hinchadas estaban al borde del perímetro prontas para entrar si había alguna bronca. Además de saber jugar al fútbol, también había que ser guapo para hacerlo. Obdulio tenia diecisiete años cuando el Deportivo Juventud -éste sí afiliado a la AUF- que tenía su cancha en Jaime Cibils y Martín Fierro, lo llevó a sus filas. Participaba en la Divisional Intermedia, donde se jugaba muy fuerte.
En el año 38, con veinte años de edad, pasó a la Primera División de Wanderers. Comenzaba su carrera como jugador profesional. El precio por su pase fue de doscientos pesos, mucho dinero por la compra de un jugador. Wanderers le dio ciento cincuenta, y así Obdulio cobró su primera "plata grande".
Fue en marzo, era carnaval, estaba acompañado por su tío Luis. Después de recorrer algunos boliches, compararon pollo al espiedo, lechón, pan, masas y varias botellas de refrescos. Tomaron un taxi y llegaron al rancho como a media noche. Su madre y media docena de gurises chicos dormían.
Cuando entraron y encendieron la luz, la madre se despertó sobresaltada. Obdulio y el tío pusieron los paquetes sobre la mesa y comenzaron abrirlos. Con el ruido del papel los hermanos se iban despertando sin entender qué pasaba. La madre nerviosa lo interrogó:
-¿Qué hiciste m'hijo?, ¿de dónde sacaste todas esas cosas?
-No, mamá, no hice nada malo, me fiché para jugar en Wanderers y me dieron mucha plata, es eso.
Se sentó en la cama y empezó a repartir con todos los gurises, que comían contentos todo lo que les daba. Ya cuando amanecía y las primeras luces del día se filtraban por las rendijas de la ventana, se fueron a dormir.
A partir de ahí comienza a gestarse para el ambiente futbolístico la figura de Obdulio, sin que nadie pudiera pensar que en el correr de los años se iba a convertir en un símbolo… y hoy, siglo XXI, casi en una leyenda.
En enero del 39 es citado para jugar en la Selección uruguaya por primera vez, para participar en el Sudamericano que se iba a desarrollar en Perú, hoy llamado Copa América. En el 41 juega nuevamente en el Sudamericano de Chile. En el año 42 el Sudamericano se realiza en Uruguay, que se consagra campeón después de jugar la final con Argentina. Uruguay formó con Aníbal Paz, Romero, Agenor Muniz, Gambeta, Obdulio Varela, Raúl Rodríguez, Luis Ernesto Castro, Severino Varela, Aníbal Ciocca, Roberto Porta y Bibiano Zapiráin. Con gol de Bibiano Zapiráin al muy buen arquero argentino Sebastián Cualco, se consigue el triunfo uruguayo por 1 a 0.
Llega el año 43 y Obdulio pasa a Peñarol. Vistiendo lo colores mirasoles jugó hasta el año 55, cuando se retiró con treinta y siete años de edad después de ganar con su equipo varios campeonatos.
En el año 1950, el país anfitrión para el Campeonato Mundial es Brasil, considerado favorito por todos los participantes. Su Selección se concentra y se prepara seis meses antes del comienzo en un apartado lugar de Brasil, bajo las órdenes del mejor técnico brasileño del momento: Flavio Costa. Uruguay como siempre, con muchos problemas, a un mes del comienzo no sabía aún qué jugadores iban a viajar. Sólo se hicieron algunas prácticas, y dos o tres partidos amistosos. El día de emprender el viaje, algunos se fueron en barco y otros en avión.
Uruguay debuta jugando con Bolivia y gana con total comodidad por 8 a 0. Hay un agónico empate con España con gol de Obdulio de treinta metros. Después, le gana a Suecia por 3 a 2 en el último minuto luego de ir perdiendo por 2 a 1. Así llegamos a la final. Brasil, por el contrario, era una máquina aplanadora, destruyendo a todos sus rivales por goleada.
Llegó la memorable final, donde nadie le otorgaba la más mínima chance a Uruguay. Minutos antes de salir el equipo a la cancha, llegó al vestuario un dirigente y le dijo a los jugadores que no se hicieran problema, que Uruguay ya había cumplido con ser vicecampeón. Que si perdían por menos de cinco goles estaba bien. Obdulio, después de escucharlo, echó al dirigente del vestuario y le pidió a todos los muchachos que se comprometieran con hacer lo imposible por ganar. Para él no cabía otra cosa. Que Brasil era el mejor de todos era bien sabido. Pero se le podía ganar.
Junto a Juan López nuestro director técnico, mucho se había hablado para ese partido. Obdulio había enfrentado en muchas oportunidades a los brasileños en los campeonatos Sudamericanos y también por la copa Río Branco. Los conocía bien. Sabía de sus virtudes y sus defectos. A los norteños por aquel entonces -y creo que en estos tiempos también- no les gustaban las marcas encimadas y pegajosas y tampoco el juego fuerte. Esas dos cosas siempre los ponían nerviosos y se desconcentraban. Obdulio sabía que estaba en el estadio más seguro que había conocido y que ningún hincha iba a entrar a la cancha. Que simplemente eran once contra once y -como siempre decía- "los de afuera son de palo".
Obdulio, con la experiencia de su largo transitar por las canchas, sabía a la perfección sacar el mayor provecho sicológico del rival. Sabía que era muy difícil ganarle a los brasileños en su casa en una final del mundo, donde ellos, además de tener un poderoso equipo, se habían preparado para no defraudar a su público y alzarse con el título. Tenía una fuerte personalidad forjada, reitero, en las adversidades que le había tocado vivir; por lo tanto, jamás se iba a sentir visitante en ninguna cancha, porque mentalmente se sentía locatario.
Y llegó el momento más esperado con el estadio repleto de un público nervioso e inquieto. Vamos a salir -dijo Obdulio- y cuando lleguemos a la boca del túnel esperamos a los brasileños y entramos junto con ellos, así todo lo que vamos a escuchar son aplausos. Y por favor no miren para las tribunas donde está toda la gente. El partido se juega abajo. Esa gente no existe, así que no nos importa. Al entrar a la cancha vamos a caminar despacio, como sobrando, hay que ponerlos nerviosos, que se preocupen y empiecen a dudar si nos pueden ganar tan fácil.
Empezó el partido y vibró todo el cemento de Maracaná. Comenzaba -según la mayoría- un festín para el equipo brasileño. Lo único que se discutía era cuántos goles haría el poderoso equipo de Brasil. Y después, la gran fiesta que ya estaba preparada desde hacía mucho tiempo, con tres días previstos de feriado como si fuera carnaval.
El resultado todos lo conocen y la resonancia que tuvo la victoria de Uruguay, fue el asombro del mundo. Como contrapartida de la alegría uruguaya, también fue enorme la tristeza, dolor y angustia, que este hecho ocasionó a todo el Brasil. Los brasileños lo lloraron muchos años, hasta agotar sus lágrimas. Y señalaban a Obdulio como el principal responsable de la derrota.
Una vez que terminó el encuentro, los celestes se fueron al hotel. Esto que escribo es parte de lo que le escuché a Obdulio contar. El mismo dirigente que Obdulio había echado horas antes del vestuario, estaba organizando una celebración. Obdulio no pudo soportar tanta hipocresía, y se fue silenciosamente a caminar por las calles de Río, donde se respiraba la tristeza de los pocos transeúntes. Y el gran capitán que había conducido a su equipo a esa brillante victoria, sintió angustia ¿y por qué no?, sintió dolor, porque era un hombre profundamente sensible ante cualquier sufrimiento. Pensaba que uno de los que había provocado esa situación era él, y se sentía culpable.
Esa era la otra cara de ese aguerrido jugador de fútbol.
Caminó por las calles de Río hasta que decidió entrar a un bar. Se arrimó al mostrador donde había muchos parroquianos y pidió una caipirinha. Al poco rato, uno de ellos lo reconoció y se le acercó llamándolo por su nombre. En ese momento pensó -así lo contaba- "estos brasileños me matan". Pero fue todo lo contrario, lo saludaron con respeto y admiración y fueron ellos que invitaron las copas. Reconocían el esfuerzo que había hecho Uruguay para ganar ese partido. De esa tremenda y dolorosa derrota, sacaron muchas enseñanzas, y hoy Brasil es el mejor equipo del mundo, con cinco Mundiales en su haber. Obdulio siguió esa noche con ellos por varias cantinas.
Cuando llegó al hotel al amanecer, todos estaban preocupados por su ausencia. No les di pelota y me fui a dormir -contaba- porque tenía flor de mamúa.
El día 18 de julio, Uruguay regresaba de Brasil. Obdulio -sabiendo que mucha gente iría al aeropuerto a recibirlos- le envió un telegrama a su querida compañera Cata -como él llamaba siempre a su esposa- diciéndole que no fuera a esperarlo, que se quedara con los gurises en casa.
El avión de Pluna, antes de aterrizar en Carrasco, sobrevoló el estadio Centenario colmado de hinchas que los aguardaban para darles la bienvenida.
Apenas aterrizó el avión… a Obdulio no lo vieron más. Apareció dos horas después en su casa -por aquel entonces en Capitán Videla y Soca- casi disfrazado, con una gabardina negra y un sombrero que le tapaba las orejas. Se había enterado en el aeropuerto que sus vecinos lo estaban esperando para darle un gran recibimiento, y por tal motivo llegó a escondidas. Le explicó a su familia -muy contento- que había dado muchas vueltas antes de entrar para que no lo descubrieran. Cuando Cata le preguntó de dónde había sacado esa ropa, dijo: "La pedí prestada, mañana la devuelvo, no te preocupes".
Para él ya todo estaba terminado, misión cumplida; íntimamente se sentía feliz. Algunas veces lo escuché decir "Con la fama no se come". Y aquellos dirigentes que se conformaban con ser vicecampeones, se hicieron medallas de oro y a los jugadores les repartieron las de plata.
Hablar de Obdulio Jacinto Varela es hablar del último caudillo que tuvo el fútbol uruguayo, y de un ser humano formidable.
Cuando el Dr. Caritat realizó una campaña para recabar fondos para los niños del Pereira Rossell -en el año 1963- Obdulio invitó a los jugadores brasileños del 50 para jugar un amistoso y llenó el estadio.
El 7 de mayo escuché en el informativo -con asombro y profunda tristeza- que se remataban al mejor postor sus zapatos de fútbol, camisetas, fotos, trofeos, medallas, plaquetas y todo lo que consiguió cuando jugaba al fútbol. No eran "cosas" las que se remataban. Eran sus glorias, sus triunfos, sus tesoros tan preciados por él y por su querida Cata. No tengo dudas que si viviera Catalina, ese remate jamás se habría realizado. "El rincón de los recuerdos" -como él le decía- donde guardaba su pasado con tanto cariño, quedó vacío.
El 7 de mayo de 2003 se remató la VIDA de unas de las glorias del fútbol uruguayo.
Pero no te preocupes ¡Negro Jefe! ¡La gloria que nos diste en Maracaná el 16 de julio del 50… ¡nunca podrá ser subastada!
Miguel Abalos
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Mensajes con este tema (1)
8. Forlán es el mejor de los mejores
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Mié, 15 de Dic, 2010 2:20 pm
El celeste recibió el premio que dejó Zidane
JOSÉ MASTANDREA
Se hizo justicia. Diego Forlán recibió el Balón de Oro tras haber sido elegido el mejor jugador de la Copa del Mundo Sudáfrica 2010.
Sin el marketing de un Brasil lleno de figuras ni con el entorno de una Argentina "galáctica", Forlán logró lo que ningún otro uruguayo pudo: ser el mejor entre los mejores en una compulsa mundialista que terminó ganando con el 23,4% de los votos.
El acto se celebró en la sede central de la firma Adidas, en Herzogenaurach (Alemania).
Además de Forlán, fueron galardonados Iker Casillas, con el Guante de Oro, por haber sido el arquero menos vencido del Mundial y el alemán Thomas Müller recibió la Bota de Oro como máximo goleador en Sudáfrica.
La entrega de este galardón llegó pocos días después que el delantero de Atlético Madrid quedara fuera de la pelea por el Balón de Oro que entrega FIFA y que ya designó a los tres candidatos: Andrés Iniesta, Xavi Hernández y Lionel Messi.
Forlán hereda el trono que dejó el francés Zinedine Zidane consagrado tras su actuación en el Mundial de Alemania 2006.
El alemán Oliver Kahn había ganado el Balón de Oro en el Mundial Corea/Japón 2002 y el brasileño Ronaldo lo había hecho tras el Mundial de Francia 1998. El premio obtenido por Forlán echó por tierra lo que muchos anunciaban que Iniesta iba a llevarse el trofeo por haber sido el conductor de España hacia el título.
Forlán también pudo haber ganado la Bota de Oro pero el último tiro suyo en el partido frente a los alemanes se estrelló en el horizontal.
Sea como sea, Forlán volvió a ganarles a todos. Con su talento, su clase, su humildad, y su forma de ser, terminó siendo el mejor de los mejores.
GanÓ con el 23 % de votos Forlán ganó el Balón de Oro de Sudáfrica 2010 con el 23, 4% de los votos, por delante de Wesley Sneijder y David Villa, sus seguidores. También fueron candidatos Xavi Hernández, Iniesta, Arjen Robben, Mesut Özil y Bastian Schweinsteiger, Lionel Messi y Asamoah Gyan.
http://www.ovaciond igital.com. uy/
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CHARRUA( uruguaya ,oriental o yorugua)------------------la primer CHARRUA( uruguaya ,oriental o yorugua) que fue jurado del Metropolitano de Tango y del Jurado Mundial ,por merito propio,ahora seleccionada como "maestra reconocida mundialmente",dara un Seminario de Alta Intensidad en el Mundial.No solo es futbol mundial el Uruguay."Tanguera Ilustre de Buenos Aires" "Condor de Oro de San Luis,Argentina....Quien es? L.L. pasion,voluntad y tecnica.Tecnica,voluntad y pasion.Abriendo caminos para Uruguay,embajadora cultural de este Paisito que es un gran Pais con mayuscula. --
Ver .The one,

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