EL PLACER

aventura placentera
Por el camino de El Placer
Alejandrina Morelli l

Le llaman camino a El Placer, porque une la ciudad de Maldonado con el barrio que lleva ese nombre, junto al arroyo Maldonado, en La Barra.

Pero cuando lo transitamos descubrimos que podía tener otros sentidos, no tan formales. A lo largo de toda esta ruta, y curiosamente solo de la mano derecha, jovencitas sexys ­ y algunas ni tan jovencitas ni tan sexys- ejercen el más viejo oficio de la humanidad.

Mantienen distancia prudencial entre ellas, lo que evidencia que hay "paradas" casi contratadas o al menos acordadas, y están desde temprana horas de la mañana. A mitad de camino, en una esquina, el único hotel por horas mantiene puertas abiertas y estacionamientos discretos

Entre una y otra un joven de pelo oscuro, con una tabla de skate en la mano, hacía dedo.

Paramos. Lo de la tabla lo hacía poco sospechoso de ser un taxi boy, pero por si acaso preguntamos. Nada de eso, era un cordobés, de gira por el mundo, que trabaja de barman en un boliche de la Barra.

Cando le contamos que éramos periodistas nos pasó el informe de todo los deportistas y las modelos que habían estado en su boliche: Jonah Lomu, jugador de rugby neozelandés que se retiró por un problema en los riñones (además sabía la vida y costumbres de todos ellos); Pablo Zabaleta, jugador de futbol argentino que integró la Selección Nacional y ahora está en Inglaterra; Gastón Gaudio, el Gato, jugador de tenis casi tan famoso como Vilas o la Sabatini; el basquetbolista también argentino Fabricio Oberto.

Más que en la barra de un bar se sentía trabajando en un set televisivo. Esa pasión de estar, compartir o al menos ver de cerca a los ídolos se parece un poco a la necesidad de la imaginería en las religiones: tocarlo, tenerlo cerca, contagiarse de algún modo de ese ángel, de ese talento.



Paracaidismo
Pero cambiamos el dial y pasamos a preguntarle qué hacía por esa zona "caliente" a pleno día. Volvía del Aeropuerto El Jagüel, a dónde fue a averiguar por cursos y saltos en paracaídas. Cada salto le cuesta U$S 250 (¡doscientos cincuenta dólares!) y su sueldo es de mil. O sea que estaba dispuesto a gastarse cuarta parte de su ingreso mensual (una semana de 10 horas por día) en la emoción de 60 segundos.

Exactamente el vuelo duraba 40 minutos y llegaba a 3000 metros de altura, pero la caída libre era de 40 segundos y 12 más con el paracaídas abierto hasta llegar al suelo. El vuelo inicial incluía a un instructor que se tiraba con él y solo al tercer salto podía hacerlo solo.

Pero uno también se tentó con la emoción de tirarse en caída libre y luego detener el impacto con un paracaídas. Y esas cosas, si no se hacen de una, no se hacen más.





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