De: "Rubens Stagno"
Por: Edilia Vidal
13 de febrero de 2008, 9 am.
Al despuntar este Día tan significativo para Australia, en que se van a reconocer las responsabilidades que tuvieron los colonizadores en la tragedia que viven los pueblos indígenas australianos, me he puesto a reflexionar acerca del pueblo uruguayo, impedido-tal vez para siempre- de tener la oportunidad de decir “Sorry” (perdón).
Para siempre con la nostalgia de lo que nunca llegamos a conocer. Para siempre privados de nuestras raíces y del patrimonio nacional y de la humanidad que eran nuestros pueblos indígenas. Obligados a buscar y rebuscar entre las ruinas los vestigios de lo crearon sus manos, de aguzar nuestros oídos para que el lejano rumor del viento o de algún pájaro nos traiga sus risas, sus lamentos, sus gemidos de rabia e impotencia ante las injusticias, sus ansias de libertad.
Pero todos seguimos viviendo. Viven los exterminadores en sus hijos y en sus nietos y vivimos un poco nosotros, con sus rastros pintados en los rostros y en la sangre que corre como torrente que no se resigna a ser reencauzado.
Muchos de los inmigrantes llegaron a Montevideo y allí se establecieron. Y piensan que el Uruguay es eso. Que son todos descendientes y solamente descendientes de europeos.
Hace poco una señora uruguaya me preguntó de dónde era yo. Y le dije uruguaya (y La Providencia sabe que no me gusta mucho repetir las cosas). Y me dijo “no, usted no es uruguaya, usted es chilena o peruana”. Y se lo repetí. Y volvió a insistir: ¨no, usted no es uruguaya¨. Y con todo respeto y consideración hacia la falta de conocimientos de esta estimada señora le tuve que decir: ¨señora, de las personas que estamos aquí creo que soy la más uruguaya de todas¨.
La señora exigía explicaciones. Pero yo no se las pude dar porque no las tengo. Y porque se me había formado un nudo en la garganta que recién ahora estoy desatando, a medida que dejo correr los dedos sobre las teclas.
Y esto lo había vivido antes. Cuando una persona de origen anglosajón le quiso negar sus orígenes a la más reconocida poeta aborígen. Y le llamamos la atención con respeto y firmeza y nos disculpamos como comité por haber admitido a esa persona como participante. Me dolió entonces por Kerry Reed-Gilbert , y por la ignorancia. No pensé que más tarde me tocaría experimentar la magnitud de ese dolor en carne propia.
Y nosotros, -los uruguayos- vivimos. Convivimos. Y muchos todavía se jactan de un Uruguay donde no hay “indios”. De un Uruguay “civilizado”. Donde deberíamos llorar nuestras pérdidas y reconocer la responsabilidad de los que nos privaron de lo más sagrado, de lo más rico de nuestro suelo, de lo que hoy tendríamos que mostrar al mundo con orgullo porque es lo verdadero de nuestra historia.


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