teatro porteño

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Esta visita a Buenos Aires nos permitió, a veces en horarios insólitos, como las 13.30 horas, una mirada sobre una serie de puestas en escena de obras locales no incluidas en el séptimo Festival Internacional de Teatro, mas no por eso menos dignas de atención.
Jorge Arias |


"Sólo brumas". Tres empleados en un tétrico hospital. La primera que vimos fue "Sólo brumas" (***), de Eduardo Pavlovsky. La obra se presenta con esta cita periodística: "(En Tucumán)"el 2004 los jefes de guardia...comunicaron que a partir de ese momento se debía registrar como nacido muerto a todo bebé que pesara menos de 500 gramos (aunque estuviera vivo). La orden era no practicarle ninguna atención médica. Se los deposita en una bandeja de instrumental hasta que mueren..."

"Sólo brumas" retrata momentos de la vida de tres empleados del tétrico hospital: dos limpiadoras (Susi Evans y Mirta Bogadasarian) y Eusebio (Eduardo Pavlovsky), que parece tener cierta autoridad sobre ellas. Como en los campos de exterminio, matar es una parte del trabajo. La pieza se articula con tópicos característicos del autor: las prostitutas de "El señor Galíndez", y el Beto, fueron dspués las "Popis" y el actor de "Rojos globos rojos"; ahora son las limpiadoras del hospital y Eusebio, un funcionario cuya superior jerarquía se muestra ultimando a golpes a un niño prematuro; la aparición en la última escena del jefe (Eduardo Misch) recuerda la revelación del joven en la última escena de "El señor Galíndez".

La pieza muestra, además de la administración del dolor y de la muerte, cómo el bombardeo de información embota nuestra sensibilidad y anula la capacidad de respuesta. Es patética y muy bien lograda la desoladora escena en que una de las limpiadoras le propone sexo a la otra, no como la realización de deseo físico sino como un pobre oasis de frescura en un desierto; pero ni esa compensación pueden alcanzar, porque aparece Eusebio, siempre burocrático y formal, que no ve nada ni nada quiere impedir, pero que arruina aquel conato de una relación humana con su sola presencia.

"Sólo brumas" es, también, denuncia. Esto vale, además del valor literario de Pavlovsky, como actitud de rebeldía e inconformismo. En este sentido, sin embargo, su objetivo aparece un tanto restringido al asesinato ritual de los niños. No encontramos en "Sólo brumas" un alcance político global, que en "El señor Galíndez" era la denuncia del terror como un arma para el dominio de una sociedad. "Por un trabajo bien hecho, hay mil tipos que se mueren de miedo". No existe ya la dictadura contra la que se alzó "El señor Galíndez" en 1973; pero pudo enjuiciarse la mercantilización de la medicina y sus consecuencias, como aparece en "Némesis médica" de Iván Ilich. Es verdad que, hasta cierto punto, puede resultar indiferente el objeto de la denuncia, porque el edificio de la mentira es compacto y unívoco. Levantar una punta de un velo es decir que hay algo que no puede dejarnos indiferentes: todo se tiene y con la más mínima verdad incómoda acusamos, ya sea que apuntemos bien o veamos borrosamente a un sistema.

Pavlovsky como actor tiene todo. Máscara, presencia, gestos que reflejan todas las emociones sin repetirse; una voz subyugante, de un timbre inconfundible, que envuelve, domina y conmueve hasta cuando, deliberadamente, parece equivocarse, trabársele la lengua. Tiene el genio de lo cómico; pero es una comicidad aliada a lo trágico. Bajo la experta dirección de Norman Briski, Susi Evans, Mirta Bogdasarian y Eduardo Misch hacen sus papeles con aplomo y convicción.

"Rey Lear" (***), de Shakespeare, lleva la marca de las puestas en escena de Rubén Szuchmacher. Prescinde de colores que distraen, como en la austera "Historia del loco y la monja" de Witkiewicz (1986) y es ajeno a escenografías suntuosas o músicas protagónicas. Sobre un escenario de escasa profundidad, como en "La muerte de un viajante" de Miller (2006), con una decoración en líneas rectas y tonos apagados sobre un verde metálico, una banda sonora muy ceñida al libreto, no hay nada que nos distraiga de la progresión de la tragedia que avanza ante nuestros ojos como la demostración de un teorema. Por supuesto, esta elegancia, esta falta total de concesiones a la sentimentalidad, refuerza el sentido trágico, tal como ocurría en la anterior "Calígula" de Albert Camus. Alfredo Alcón ha prestado su estampa y el timbre de su voz, siempre audible en todos los volúmenes y matices, a esta perfecta recreación de un clásico. El elenco es muy variado, pero hay que destacar los trabajos de Horacio Peña, siempre impecable y preciso, y de Roberto Carnaghi, que abordó su papel con gran soltura.

"La gracia" (***), de Lautaro Vilo, formó parte de un proyecto de dramatización de los diez mandamientos bíblicos. A Rubén Szuchmacher se le asignó el primero y más difícil: "Amarás a Dios sobre todas las cosas"; Rubén le confió la escritura de la obra a Vilo, que encarnó el precepto en un horrendo drama que comienza con una tentativa de suicidio, sigue con una violación, continúa con un incendio en una cárcel, donde el violador sufre gravísimas quemaduras, y culmina en una sala de hospital donde...no revelaremos el fin: los caminos de Dios y de la gracia son inescrutables. Vilo comprime con admirable concisión todo este Apocalipsis en cuarenta ardientes minutos.



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