De: "Lacallismo UCP"
Luis Alberto Lacalle Herrera.
Otra etapa...
El domingo 28 de junio pasado los ciudadanos que votaron en las elecciones internas del Partido Nacional nos confirieron, una vez más, el honor de llevar la representación de nuestra colectividad a la hora del comicio de fin de año.
Pocos honores los hay tan significativos como el de referencia y pocas cargas tan pesadas para llevar al hombro, como lo que esa designación representa, sobre todo atendiendo a las circunstancias que vive el país y a las características especialísimas que tendrá el próximo enfrentamiento.
Por supuesto que no puede siquiera pensarse que esta tarea es de carácter individual, sino que descansa en una dirigencia sólida y en un electorado compañero y otro al que deberemos, en buena ley, convencer.
Asumimos este papel que con ahínco buscamos, con serena humildad y cabal conciencia de lo que representa. Son muchos los años y los avatares que hemos vivido para que no comprendamos el hondo carácter dramático que tiene la conducción política y la envoltura trágica que desde la perspectiva de Unamuno, arropa al poder. ¡Vaya si hemos probado sus hieles y sus mieles! Como para que nos asuste el encarar nuevamente las crisis o nos induzca a la vanidad la efímera preeminencia cívica que corresponde a quien la voluntad popular unge.
Esta vez hay cosas más graves en juego, las definiciones ante las que se encontrará el ciudadano serán tajantes y claras, una verdadera elección y no un mero cambio de gobierno. Ante todo, recordar una vez más que tuvieron mucho a su favor: mayoría parlamentaria, prosperidad económica sin precedentes inmediatos y gran capital de ilusión en los gobernados.
Todo quedó de lado, con algunas mínimas excepciones. Las mayorías nos trajeron leyes conflictivas vulneradoras muchas veces de la Constitución; la bonanza económica se la llevó un dispendio fiscal tan grande como poco eficaz y la ilusión yace a la vera del camino, tempranamente agostada por la constatación de que era más de lo mismo, pero peor…
El realismo es el terreno en que se desarrolla el drama gubernativo. Pisemos fuerte y firmemente en él para que lo que afirmemos hoy y propongamos mañana tenga la solidez de lo posible y el atractivo de lo justo. El Estado se cae a pedazos. Paradojalmente, movimientos políticos estatistas en su convicción filosófica, en su discurso y en su orientación, dejan a la organización estatal derrumbándose en lo que debe necesariamente hacer -y todos estamos contestes en que así debe de ser- e invadiendo como nunca y errando feo, en aventuras comerciales e industriales que no le son propias ni apropiadas. Así vemos que no hay remedios en los hospitales, que no se construyen locales educativos, que faltan profesores y alumnos en porcentajes preocupantes, que el reparto de dinero fracasó en bajar la pobreza (solo un 5 por ciento) a pesar de los millones del Plan de Emergencia, campea la inseguridad y los barcos de la flota no cumplen su misión porque no hay combustible…
A ese panorama agreguemos media docena de leyes, algunas de manifiesta inconstitucionalidad, que atacan la certidumbre jurídica, violentan las seguridades de la propiedad, expropian y menoscaban derechos ajenos. Y veremos que por delante queda, desde el punto de vista legislativo, un "campo minado" que la nueva administración deberá desmontar para lograr recuperar los equilibrios sociales indispensables.
Frente a este escenario, se yergue la gran barrera de esperanza que es el Partido Nacional, en similar despliegue a nuestro histórico y respetado compañero, el Partido Colorado, y el pujante Partido Independiente.
Las circunstancias hacen que sea la colectividad nacionalista la gran fuerza que puede sustituir al actual gobierno.
El Partido Nacional no tiene otros enemigos que la inseguridad, la pobreza, la ignorancia y la enfermedad. Solo una intransigencia defiende: la de la independencia nacional. Y ante un solo dogma inclina su laureada cabeza, la libertad.
Desprecia toda veleidad fundadora de la sociedad, convencido como está, de que la Patria es de todos, se hizo y se hará con todos, derramando cada generación su cántaro en la fuente colectiva.
Voces agoreras anuncian una campaña de bajo nivel, pautada por el agravio y por escarbar el pasado. No nos cabe el sayo, pues demasiado urgidos estamos por el mañana, como para pleitear juicios con sentencia definitiva. ¡Basta ya de abrevar en un pasado que se seca! ¡Vayamos animosos a la competencia por la mejor solución, por la audacia mayor, por perder el miedo a lo nuevo, por soltar las fuerzas naturales del país que -con un gobierno que las ampare e impulse- generarán la prosperidad que ya tanto tiempo aguarda!
Nuestro Partido ha hecho las cosas bien, consciente de las responsabilidades que le aguardan. El doctor Jorge Larrañaga agrega fuerza, juventud y dinamismo a la fórmula que llevaremos. Cómo se la concretó fue una inyección de entusiasmo para todos los ciudadanos. Será sin duda, condición de la victoria.
Una indispensable nota personal debe de cerrar estas líneas.
Hace mucho que nos juramentamos con la causa nacionalista y creemos haberla servido tanto en las buenas como en malas, cuando había honores para recoger como cuando se puso vida y libertad en la línea -por cierto que raleada- de quienes combatimos la dictadura. Por todo ese tiempo hemos transcurrido con rectitud y seguramente con errores.
Pero ya más próximos al cierre de la jornada, volvemos un instante la vista hacia atrás -solo un instante- y advertimos que "no hemos dejado el honor en el camino…"
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